​​​​​​Palabras. Las tenemos en la punta de la lengua, en cartas al borde de un buzón, en un mensaje que nunca se termina y nos las comemos, como el tiempo.
¿Qué tememos de las palabras? 
Preferimos callarlas y guardarlas tanto tiempo que se enrancian, convirtiendo palabras dulces en un trago amargo.
No te escribo, pero te escribo.
Es solo abrir la boca y que salgan, soltar la carta y que caiga, darle a enviar. Parece fácil. 
Es un acto que repetimos infinitas veces cuando son letras de andar por casa, pero si ese conjunto de letras hacen que nos desnudemos, el miedo te escribe a ti y todas sus palabras están abrazadas por signos de interrogación. Qué sucio juega este miedo. La razón, qué rico menú para el miedo.
Qué estupidez, que por no arropar con cartas se termine sepultado en palabras.
​​​​​​​Escribo apoyado en la tecla espacio, lleno el papel de espacio, despacio, tanto espacio que queda el folio vacío en un sobre de aire donde no hay collar ni amo, mirando(me) dentro a ver si estoy y al final me amo. 
Oporto 2019

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